Violeta Parra y sus solas de rock



 

Buscadora, la Violeta. Como toda persona pobre, no tenía que esperar a que alguien la vea y la elija. Tenía que salir a buscar. Así empezó a nutrir sus conocimientos. Golpeando puertas y ventanas mientras arriba quemando el sol, para recopilar esas voces y canciones del folclore de Chile. Se sentaba ante personas ancianas o ya enfermas, tomaba nota, escuchaba fuerte, su formación crecía. Y al lado iba su hijo ángel con ese enorme grabador. Pero los pies se cansan y el sol que quema a veces también es tormenta. Creo que Violeta además de música es el reflejo de remarla siendo artista independiente, de moverse hasta el dolor para poder hacer llegar tu arte, y que se rescate, la de su pueblo.

El libro “La vida intranquila” de Fernando Sáenz hace un gran repaso por esos caminos que transitó Violeta en los que no sólo buscaba ser valorada en lo que hacía, si no, salir de la pobreza, poder amar, poder crecer: “me falta algo, no sé qué es. Lo busco y no lo encuentro. Seguramente no lo hallaré jamás” cita el autor y no cabe duda por los testimonios de este libro, que siguió esa necesidad a fuerza de sudor y dolor.

“Nada ocurre con la velocidad que ella necesita, lo que va provocando una desazón convertida en molestia y rabia. Se siente poseedora de un tesoro, y parece que nadie lo aprecia de esa manera” reflexiona Sáez y expone la realidad dura que “le tocó” pero quiso erradicar a fuerza de arte e insistencia. En pocos meses, había hecho un trabajo en el que una institución habría tardado años. Ese trabajo de recopilación fue minucioso y muy lejos de las formas de la educación burguesa: ella se sentaba y escuchaba de personas que eran parte de la historia de Chile y no lo sabían. Cambiaba ropas por canciones.

En 1957, finalmente la contratan enb la universidad de Chile para la recopilación y costumbres de la zona y en 1948 inaugura el Museo Nacional de Arte Folclorico Chileno.

Empieza a viajar. En uno de sus viejas, su hija bebé muere dormida. Ángel, con 13 años, corre con ella en brazos. No llegó. La maternidad, ser artista, seguir siendo pobre, otra vez el dolor.

Sus hijos crecen, y las formas de explorar el arte también: empieza a pintar cuadros, a bordar, a profundizarse como poeta, a tener un programa de radio donde seguía con sus preguntas y escuchas. Quiso poner una carpa, en un descampado solitario. Lo levantó con apoyo. Era una carpa para unas 500 personas. Ahí adentro mismo se hizo una vivienda.

 

Estaba harta de ser pobre.  “No tengo que ponerme y lo que tengo es feo y gastado. No es que me haya vuelto pretenciosa, es que me veo muy pobre”  cita Sanchez y es totalmente comprensible ese estado de una mujer con hijos, que viajó hasta a Europa para difundir su trabajo y el de la historia musical que venía reconstruyendo y aún así seguía remando en aguas fuertes.

“Toda mi vida fui muy sola, por eso me he metido en tanto camino, muy duro, muy seco todo” leo y se me viene a la cabeza la imagen de la película “Violeta se fue a los cielos”  cuando una tormenta empezó a destruir lentamente esa enorme y vacía carpa despoblada de gente y de visitas. Todos su entorno de una inestabilidad que temblaba, pero la fuerza de su canción no mostraba ni dolor ni debilidad. Contar a ella es como contar a Janis Joplin, con sus inseguridades de belleza y su deseo de buscar algo más, con esa soledad como sombra, la exponían y salían a relucir en sus canciones: soy esto, también decía Violeta. Por eso cuando hizo el tema “Gavilán” no quedó ninguna duda que la esencia del rock es más que una campera de cuero. “Gavilán” es un vals, un tema de raíces folclóricas, dura casi diez minutos, tiene una construcción poética de una historia, y es el tema más rockero y desgarrador que una mujer latinoamericana podría haber cantado en los años 60. La fuerza y el enojo está en la letra y en la guitarra que sube con rasgueos fuertes que laten. En la entrevista que le hizo el periodista Mario Céspedes ella cuenta toda la creación del tema: “el tema de fondo, es el amor, que casi siempre destruye”  dice al relatar que se trata sobre una gallina que se enamora de un gavilán. Esta lo ve de lejos y cree que es una flor, se llena de espinas para poder llegar a él, las gallinas más viejas le dicen que no confíe en el gavilán, pero ella termina yendo a subir a una montaña para llegar a él. En el camino la limitan los elementos como la lluvia y el viento, y cuando finalmente llega, el gavilán la desgarra. “El vive, porque la maldad perdura” Cuenta Violeta en la entrevista en la que también dijo que esa imagen de Gavilán se la puede comparar  también con otras manifestaciones de poder.

Ojalá ya no tengamos que subir a ninguna montaña, ni llenarnos de espinas, todo para llegar y que nos maten. Ojalá podamos hacer otros caminos, y que ese que Violeta nos enseñó en su rockera y solitaria canción sea un ejemplo.

Pero buscar, seguir buscando. Tal vez no se trate de subir montañas donde nos esperan gavilanes al asecho. Si no en lo que hizo ella en sus inicios. Buscar en la tierra, la raíz, el pueblo. Entre otras gallinas, entre las semillas olvidadas, tan al lado nuestro. Tan en la tierra.   



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